diciembre 09, 2009

Amárrenlos

El Jaibo Bravo


Cuando era niño y vivía en mi natal y heroica Quiroga “La capital de las carnitas prefiero las de Jaime Ayala que las de Carmelo”, Michoacán, mi papá Luis, mi hermano Luis, mi primo Paco y mi primo Melcho, me llevaron a ver un partido amistoso en la cancha principal de la liga local conocida como El Lindero, en donde mi primo Tito se la despiojaba como delantero de la selección quiroguense y enfrentaban a un equipo de fuerzas básicas de Chivas.
Ni si quierea hago el intento de recordar qué jugadores del rebaño venían, pero si me acuerdo de mi primo, como media punta, con la velocidad de una bicicleta en la bajada de El Pípila y con mucha gambeta y oficio de delantero desequilibrante. Su función no era la del centro delantero, poste, sino más bien la de romperle la cintura a los demás, meterla a la portería o en su defecto servirla para otro compañero.
El juego iba cero a cero, el estadio (por no decirle potrero) estaba lleno, las gradas (por no decirle las vigas de madera) rechinaban apenas alguien se movía para acomodarse.
La intensidad era propia de un partido de un equipo de pueblo que se enfrentaba a uno de Primera División, aunque sólo fueran los de la cantera. Barridas durísimas, entradas, la gente expectante de nuestra selección de Quiroga, bien conocida por el entrenador de porteros de Monarcas Morelia, Abdón Calderón.
De repente, el balón es filtrado al área del arquero de Quiroga, el atacate es apresurado por un defensa, y como en aquellos tiempos el pasto no crecía en ese campo, el delantero finoles sintió la rudeza del amateur y dio un salto holandés al frente con tres grados de dificultad y fue una cosa de aquéllas, porque cayó en el pequeño montón de piedras con tierra y se metió un raspón del cual me imagino que todavía tiene la cicatriz.
Pero como buen árbitro de una liga municipal, el nazareno, que creo que era artesano de profesión, decretó la pena máxima para los visitantes. Claro, era el equipo grande; se dejó influenciar por la camiseta rojiblanca.
Todo protestaron, y como bien sabían el nombre del hombre de negro, todos le zumbaron unas buenas mentadas. Mi papá dijo: “pénalti que no es, no entra”.
Se arrancó al pateador, tiró durísimo, al recordarlo también me pasa por la cabeza los tiros de Víctor Ruiz, una ráfaga, pero al centro y abajo, y e portero sólo se agachó y le puso las dos manos para detenerlo. Mi papá había mostrado esa habilidad de brujo que no le conocíamos.
Durante mucho tiempo más, esa ide de que pénalti que no es, no entra, aplicó en muchísimos partidos que vi. Hasta hace algunos años me di cuenta que ese embrujo del futbol, en donde la vida misma ponía orden y hacía justicia ya terminó.
Ahora vemos a Jaime Lozano lanzarse al suelo y el árbitro le da el penal y no hubo castigo divino para Cruz Azul porque avanzó. Contra Morelia Huiqui se lanzó como guardameta y detuvo a los de Monarcas, y tampoco hubo justicia ciega porque llegó a la final. Ya Thierry Henry había hecho lo mismo para que Francia avanzara y el único castigo fue mandárnoslo a nosotros al grupo a con Sudáfrica y Uruguay; qué culpa teníamos nosotros. Ojalá le pongan una camisa de fuerza a Henry, por aquello de que vaya a querer llevar de la mano a su país a los octavos.
Me doy cuenta que en el futbol actual los jugadores siguen con la misma viveza, algnos no se saben las reglas (como la de no meter mano si no eres portero, por ejemplo), otros las ignoran, los árbitros también, y también me di cuenta de que ya ni las reglas de la vida acomodan las cosas en su lugar.
El futbol perdió tanto con el paso del tiempo y la evolución del negocio; mi primo Tito fue rechazado por las fuerzas básicas por la palanca que tenían otros juagdores. Hoy ya no hay juego limpio y hoy mi primo Tito tampoco está con nosotros (q.e.p.d.).