marzo 15, 2011

Así, así, no me hagas sufrir

EL JAIBO BRAVO

Nunca me había dado cuenta el sufrimiento que puede provocar el futbol.

Un día estás como periodista, y redactas una jugada con tanta facilidad como si un niño dibujara un superhéroe; al siguiente estás en la tribuna, viendo al equipo para el que trabajas, con un jugador menos en la cancha, con el sol quemante, y con una tribuna hinchada de pasión que lo único que quiere es que metan la bolita en la red; así de fácil, como cuando un niño dibuja a mamá y a papá.

La pelota no pasa del medio campo, luego si, pero la vuelven a rechazar, y luego por la banda, cerquita del área, y mientras esa esferita rebota de un lado a otro, el estómago está revuelto, volteas los ojos de un lado a otro, los cierras para ver si ya llegó al área otra vez, pero te das cuenta que apenas pasó un segundo y nada cambió.

Los cabellos se levantan como un portero que intenta sacarla del ángulo, y te quieres sentar pero te paras, pero te arrepientes y vuelves a inclinarte en tu grada, pero aparece el extremo derecho, así de rudo como lo dice su posición, y se quita la marca, entra al área, tira el centro para que el delantero meta un martillazo y saltas entre grito y frenesí... pero el árbitro se convierte en enemigo y te acuchilla por la espalda porque marcó offside, y tu te quedaste suspendido en el aire sin sentarte ni pararte.

Y sigue el juego y el tiempo se acaba y la gente pide más, pero tu ya no puedes más, te anda de la orina, y no te moverás, aguantarás hasta el final, porque nunca se sabe lo que pasará, porque es tu equipo, porque el extremo vuelve a gambetear, se mete al área, casi en línea de fondo, tira una diagonal asfixiante, te falta el aire, el delantero está de espaldas, los segundos se hacen horas, decide tocarla al borde del área y cuando estás a punto de reclamarle te percatas que viene un atacante, justo de frente, le pega con odio, la bola se convierte en una bomba caliente que el portero no desvía y saltas como Heidi en las montañas, luego pierdes la coordinación, no sabes si saltar o menear las manos, o levantarlas, o las dos cosas, o corear, o gritar, o quitarle la ocarina al árbitro para terminar tú mismo el partido porque viviste todos los sentimientos que se puedan ocurrir y quieres ir a casa a descansar.