abril 15, 2011

Visitó América a Argentino Juniors

Por El poste rabioso

Fueron a territorio enemigo confiados de su poderosa pero discutible armada.
Ahí participaron guerreros de viejas proezas que plasmaron en su álbum de cromos escenas de gloriosas batallas: Pardo, Sánchez, Vuoso; antes triunfadores, sagaces, inverosímiles, sujetos que miraron el crudo y atormentado rostro de Dios.
Se plantaron ante el enemigo sumiso, casto, un tanto inseguro, a pesar de ser su tierra la que pisaba. Entonces inició la contienda.
Los llamados Argentinos Juniors propusieron la ofensiva confiados en su gente, en su historia, menos grande quizá que la de rival, pero suya y de nadie más y con la ilusión de volver a esa realidad futbolística tan codiciada llamada Libertadores de América que evoca otra épica no menos grande, igualmente debatible, con nombres como San Martín, Bolivar, Martí, Morelos…
Los mexicanos más universales pusieron en el mapa sus cartas americanas: Rosinei, Vuoso, Montenegro, Oliveira y hasta Sánchez, al final, y casi logran sacar el triunfo. Pero los de casa hicieron relucir la vieja máxima de uno de los más grandes estrategas militares de la historia: el francés Napoleón, que a más de doscientos años de distancia y el Atlántico de por medio, seguía diciendo que para ganar una batalla solo era necesario ser más que el rival en un punto determinado en determinado punto de la contienda.
Eso hizo Argentinos Juniors.
Antes de finalizado el primer tiempo el viejo Pardo cometió una falta producto de su cansado cuerpo que no llegó a tiempo a una jugada. Penal y gol, el del empate
Para el segundo tiempo el novato Reyes no tuvo la sabiduría del viejo Pardo y sus mejores piernas no supieron responder a tiempo. El gol fue la tumba de un América que confiado más en su historia pasada que en su futuro pretendió corregir el desacierto de no saber conservar la ventaja.
Y allá fueron Reyna, Márquez y Sánchez a ponerle garra al frente, creatividad, entrega. Pero una falla, producto del mismo pundonor y discurso de dejarlo todo hasta morir, ocasionó el error que hizo de una derrota estratégica un desastre militar.
Layún, lastimado en su cuerpo y en su orgullo se negó a dejar el campo (hombre al fin no supo distinguir el momento en que los dioses le indicaban abandonar) y su error provocó el gol último, el que le quitó la única ventaja que América no había perdido en Argentina, la de la diferencias de goles.
Siempre he reconocido al prudente comandante que, con la lucidez suficiente para entender que la batalla está perdida, repliega sus tropas y negocia la paz que salva la vida de algunos. Este América fue imprudente y se llevó un golpe que, de ser sinceros, no merecía por su entrega y su pasión.
Nada se ha perdido, sin embargo. La congruencia (que ya es decir demasiado en estos tiempos) es lo único que destaco de este América que la noche del jueves perdió tres a uno contra Argentinos Juniors en las lejanas tierras de América del Sur.

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