enero 27, 2009

De la final del 90-91

por El Poste rabioso

Me pregunta usted, Jaibo rastrero, si me dolió aquella final de 1990-91 y yo sólo recuerdo la tarde aburrida que le siguió al partido y que sólo presagió una noche igualmente aburrida de Siempre Domingo. Después insomnio, después malos sueños, después la escuela y la cascarita de un lunes ya, un lunes sin campeonato, un lunes de deshonra con compañeros que iban a la escuela envueltos orgullosamente con su puma en el pecho y unas rabias canijas de darles de puñetazos, porque fuimos mejores, carajo, les metimos tres en el Azteca y ustedes con un solo tanto en CU, se llevaron la gloria. ¿Me pregunta usted si me dolió? Más duele la infamia que cargamos desde entonces.
Déjeme decirle, Jaibo Bravo, que América es un pueblo, somos un pueblo que si bien tiene su nido en Coapa, tiene innumerables guerreros por el resto de la república, somos un pueblo que está en todos los rincones del país, somos un pueblo, Jaibo, un pueblo con historia, un pueblo que no olvida, un pueblo lleno de soberbia, cierto, porque sólo los elegidos pueden portar una camiseta como la que nos envuelve.
Y así, como pueblo, señor Bravo, caminamos las calles aquel lunes de 1991 con la certeza de seguir siendo el mejor equipo de México, porque una batalla no es la guerra, porque el reino de los justos estaba hecho para aquellos que han conocido la derrota más fiera, y no hay peor bestia que la soberbia dañada.
Mientras más grande se es, más fuerte es el golpe al caer, eso es cosa harto sabida, así nos pasó a nosotros, no teníamos palabras para justificar el fracaso, ¡no las teníamos porque no conocíamos la derrota! Y lo pagamos caro.
Nuestra cita con la historia, nuestra deuda por aquel zarzal de crímenes de guerra (partido arreglados, árbitros comprados y demás supercherías que se nos cuelgan como a santos pervertidos) la liquidamos en los noventa.
Después de aquel 22 de junio de 1991 ante nosotros se nos mostró el destierro y así como el pueblo de Moisés anduvo cuarenta años sobre desierto, nosotros nos aventamos una sequía de doce años sin título, sin pisar siquiera la cancha sagrada de una final.
No lo sabíamos ese lunes pero la derrota del 91 representó más que una final perdida y un campeonato frustrado, la derrota del 91 fue el principio del derrumbe, la cumbre desde la que se veía el abismo al que descenderíamos por las inexorables leyes de la física, tan parecidas a la de la vida, tan parecida al futbol.
Yo también lo vio, Jaibo, lo vi con estos ojillos que algún día serán deleite de gusanos, vi el lance inútil de un portero que jamás llegaría a esa pelota, porque estaba escrito en la historia que esa maldita pierna derecha de Ricardo Ferretti le quitara a América un fragmento de gloria y le dejara en cambio más de una década de deshonra.
Jaibo Bravo, usted recuerda un gol soberbio, usted recuerda un hombre, un campeonato, yo, señor Bravo, le recuerdo a todo un pueblo y lo conmino a que mire a su alrededor para que tiemble de miedo.

Pa mis adentros:
¿Este Jaibo será el de Los olvidados de Luis Buñuel?

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