marzo 05, 2009

Guerra y futbol

El Poste Rabioso

Un lugar utópico (y esto es una idea trillada) sería uno en que los conflictos entre países se resolvieran con uno o varios partidos de futbol, así se evitarían desgastantes y cansadas reuniones diplomáticas y, lo más importante, las guerras.
Relacionar un conflicto bélico con un partido de futbol es también un recurso muy gastado. La publicidad, por ejemplo, que Televisa utilizó durante el Mundial de Alemania 2006 fue precisamente esa y hay casos muy sonados de encuentros entre naciones que han tenido, ¿quién no recuerda el enfrentamiento entre Argentina e Inglaterra en México 86?
Y hablando de Alemania, fue un general quien bien entendió eso de que el futbol era de una importancia crucial para el hombre; me refiero a Edwin Rommel, mejor conocido como El Zorro del Desierto, que durante sus combates en el norte de África se caracterizó por su tenacidad y su elaborada estrategia militar que propició importantes derrotas al ejército inglés.
A pesar de la guerra, la vida era llevadera, tenían o improvisaban balones de futbol.
“En cuanto nos deteníamos en alguna parte y había oportunidad de descansar, despejábamos una pequeña zona en el desierto para disfrutar de un partido de futbol. El deportivismo se veía en ambos lados, los partidos de futbol no debían ser interrumpidos por fuego de artillería durante ciertos periodos”, relata sobre esos días un soldado alemán.
El futbol no fue exclusivo de las batallas en el desierto. También durante la Segunda Guerra Mundial, antes de la ocupación alemana en Francia, los soldados franceses observaban a los alemanes jugar futbol mientras esperaban la orden de la invasión para la que ya estaban preparados los galos. Relata un periodista que le preguntó a un soldado francés por qué no abrían fuego a los nazis que jugaban frente a ellos y el soldado contestó que no había necesidad, estaban jugando futbol y más aún, él estaba siguiendo el desarrollo del partido.
Vuelvo al desierto africano. Es posible que Rommel estuviera más preocupado por el combustible de sus Panzer, por la suerte de los suyos en los otros frentes en Europa o por cuestiones más pueriles como la escasa agua para asearse que por el grito de “bolita por favor” que los británicos dirigían a los alemanes durante esos encuentros en la dura superficie del desierto, pero de lo que sí estoy seguro es que era un romántico y no lo digo yo, sino uno de sus oficiales que relata: “Rommel fue tal vez el comandante ideal para este campo de guerra (el desierto), era muy ancha el área, pero muy limitado el número de soldados y así podía aplicar muchas tácticas navales”, sólo una mente romántica podía ver en un tanque de guerra (los panzer fueron cruciales en las victorias de Rommel) un barco y en un desierto, un mar.
Para los románticos el mar era un símbolo que representaba ese terreno en donde el héroe expía sus culpas y busca la divinidad, de la misma manera funcionaba el desierto. No sé si el mariscal alemán era fanático del futbol, pero seguramente leyó a Goethe (¿qué alemán de aquella época y de la clase social a la que pertenecía Rommel no había leído a Goethe?) y quizás hasta a Thomas Mann (que no pertenece al romanticismo, pero que encontró en el autor de Fausto un modelo a seguir), aunque seguramente a éste lo leyó a escondidas, pues Mann fue uno de las muchas lecturas censuradas por los nazis.

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