enero 18, 2011

Desengaños que asaltan las murallas del invierno

Por El Poste Rabioso

Era patético, tengo que aceptarlo, cuatro hombres semiderrumbados en un sillón que tuvo épocas mejores viendo jugar a dos equipos, que también tuvieron épocas mejores, en un televisor mudo.
Era sábado, nos habíamos reunido un grupo de amigos para comer y como a eso de las 5 recordé el partido de la América, como era el único americanista encendí la televisión y dejé la reunión social que siguiera sin mí, pero al poco rato tenía un auditorio antiamericanista al que ya estoy acostumbrado.
No encendimos el volumen porque escuchábamos a Joaquín Sabina y despreciamos los comentarios de los narradores de fútbol de TV Azteca. Pero el partido del América fue entretenido, terminó dos a dos contra Jaguares con un par de golazos, uno de último minuto. Ese no fue el problema.
Atrapados por la inercia del primer encuentro vimos el siguiente partido televisado: Pachuca contra Toluca y entonces la cosa se puso fea. Callados veíamos el ir y el venir de la pelota maltratada por jugadores sin clase mientras nos chutábamos la discografía completa de Sabina, ni en las más memorables borracheras recuerdo haber escuchado de pe a pa al cantautor español, pero nadie quería levantarse a cambiar el disco por la misma razón que nos impedía a cambiar de canal y dejar de ver ese insulto de futbol: pereza.
Tarde de ocio, de ocio perverso, narcótico. La jugada más interesante del cotejo fue en la que el línea levantó magistralmente la bandera para indicar un fuera de lugar. Era patético: dos equipos que tuvieron épocas mejores mendigando fútbol a gritos ante cuatro sujetos, que también tuvieron épocas mejores, implorando por lo mismo.
A lo lejos, en la sala, dos mujeres invitadas a la reunión platicaban de sus cosas, ajenas a la fuerza que nos hacía tener la vista clavada en el televisor. Claro que hubo mentadas de madre, quejas infructuosas por aquel patético espectáculo parecido a presenciar la muerte por un paro cardíaco de un cristiano en el Coliseo romano. Todo fue inútil, alguien decía “Deberíamos cambiar de canal” y no era una sugerencia, era una súplica para que alguien más lo hiciera porque nosotros, como Barterbly, preferíamos no hacerlo o, como Facundo, deseábamos que lo hicieran ellas. Pero ellas estaban en otro viaje.
El cero a cero se impuso, alguien sugirió ir a un bar igualmente decadente, lugar común de la ciudad, yo bebí de mi cerveza y estaba tibia, era un escupitajo en la boca abierta, mente madres para adentro, me desperecé (lo mejor que pude) tomé mi morral y me fui de ahí a seguir rascándome los huevos y, en el entretiempo, escribir esta columna.

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